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Su piel brillaba, era tan suave que si la tocabas con los ojos cerrados creías tener bajo tus dedos una pluma. Las horas pasaron entre miradas y roce. Nuestros cuerpos se mantuvieron juntos cómo si de una sola persona se tratase. Sentía su mirada, sus labios, sabía que me dolería su ausencia. Una explosión de sentimientos y sensaciones tuvo lugar entre esas cuatro paredes y quedó grabada en mi memoria. Jugamos durante horas, con las sábanas, con la ropa, incluso usando los cubitos de hielo que enfriaban el vino. Cualquier excusa era buena para experimentar una nueva sensación y sé que no queríamos ver el final de aquel momento.Verlo, tenerlo, sentirlo…me cambió la vida, la historia…los sueños. Me agregó dudas, me quitó el insomnio y el dolor de cabeza. Me aportó vida, experiencia y me enseñó. En sólo una noche había aprendido que una persona era sexual por naturaleza, no necesitaba ponerle prefijos a la palabra, y podía disfrutar y amar libremente a quien su corazón le pidiese. Recordé que lo que realmente importa no es entenderse, sino aceptarse y pude comprender que nunca más iba a volver a ser lo que nunca fui.el dormía ante mi mirada. Era casi medio día. Le acaricié el hombro y le aparté el pelo para darle un beso en la mejilla. Abriendo lentamente los ojos, me sonrió y me dio los buenos días. Antes de volver a casa, nos dimos una ducha juntos y nos despedimos. No sé si lo volveré a ver, o si algún día volveremos a compartir cama, pero de algo estoy seguro, y es de que me hizo feliz y no por una noche, sino por el resto de mi vida.